8 may 2025

El Eternauta que sana heridas




     Estaba camino a cumplir once años cuando mi padre llegó esa tardecita eufórico a casa. Traía bajo el brazo un libro, aunque eso no era nada extraño en él. Pero este era más grande. Le contaba a mi madre que había estado con Oesterheld, por eso traía ese día la edición petardo de El Eternauta 2.  Creo que no me equivoco si afirmo que ellos eran casi los únicos que se reconocían y sabían sus historias. En épocas de persecuciones salvajes, nadie quería saber nada de nadie. Ese atardecer creo que de primavera, año 1976, sería la última vez que papá y su amigo “el viejo” se veían en libertad. Pero no sería la última vez que mi familia sabría de él. Ni él de mis padres. 




     No me acuerdo cuantos años tenía la primera vez que supe de la historieta sobre los copos matadores, porque leía libros desde que aprendí a leer a los 6 años. Bah, en realidad aprendí a leer palabras sueltas u oraciones simples un poco antes. Porque mi hermana, dos años mayor que yo, me hacía jugar “a la maestra” y me hacía sentar en mi silla bajita de mimbre con apoyabrazos y respaldo de madera blanca mientras ella, frente al pizarrón que nos habían comprado, me enseñaba letras y números. Yo nunca podía ser maestra porque, decía, no le podía enseñar. Cosa que era cierta. A mí el rol de maestra me importaba un pito, pero tenía la sospecha que si la hacía hacer de alumna a ella el juego se terminaría inmediatamente. Un día, harta de “jugar” y de que ella no aceptara mis pedidos sobre el rol de maestra, le tiré por la cabeza un suecazo de cuero azul que tenía pintado un sol naranja y que me habían comprado en la feria hippie de Plaza Italia. El escándalo hogareño fue suficiente para que solo retomara mis “estudios” en la escuela y frente a la maestra de primer grado contando, eso sí, con alguna ventaja. Mis padres me habían hecho precoz en la lectura, aunque mi primer libro no fue El Eternauta sino una edición en tamaño gigante de Alicia en el país de las maravillas que años antes a esa tarde me había regalado también mi padre. De El Eternauta demás está decir que en ese entonces no entendí demasiado. De Sargento Kirk, un poco más. Al “viejo”, como le decían, lo había visto con mi padre un par de veces de las cuales no recuerdo nada.



     Me da pudor exponerme y escribir. Pero hay cosas que es necesario recordar o contar y alguien tiene que hilvanarlas, con un hilo rojo o el que sea. Así que sigamos. Hace dos días pasaron en la tele una entrevista a Ricardo Darín que me gustó mucho. El dice algo así como que la historia que escribió el autor de El Eternauta fue contemporánea y esta que se acaba de estrenar también lo debía ser. Y que el autor, cree él, estaría de acuerdo con la incursión de Salvo como ex combatiente. Adhiero.  En mi opinión, agradezco también que al menos en esta primera temporada el genial Stagnaro no haga alusión al tema del genocidio de Estado. A veces lo no dicho es más potente que lo que se enuncia con bombos y platillos. El tema está omnipresente. No puede escindirse la desaparición de Oesterheld de su obra. Ni siquiera en una adaptación. El genocidio de Estado, las desapariciones y las excelentes políticas reparatorias ya son un hecho mundialmente conocido y valorado. Más allá de la utilización que algunos hayan hecho y que no abordaremos en esta ocasión. Sobre todo lo que envuelve a la dictadura hay conciencia en la ciudadanía, basta recordar la marcha del 2x1. Igual supongo que en algún momento habrá alguna referencia a ese período de la historia, aunque sea mínima, en la serie. El autor lo necesita. Veremos que vuelta le encuentran los guionistas. Hasta aquí, al menos, quién hubiera dicho que una producción de Netflix iba a ser quien haga el recuento de tantas penas sin reparar, de tantos sufrimientos que aún hoy repercuten en mucha gente, de tantas cosas que pasaron en el último medio siglo. En ese sentido, termina siendo un grano en el c.. para quienes quieren barrer y echar bajo la alfombra. Pobre Argentina. Veteranos de Malvinas, el 2001, la gente sin techo, las crisis sucesivas, las decisiones que llegan tarde y mal… Como para que la gente no quiera ponerse un traje de amianto o directamente votar a Milei, que fue como decir Tout a la merde. Creo, pese a tanto descreimiento acumulado, en los granitos de arena que conforman una playa. Adoro que el grano de arena que es mi hijo Mate dentro de las producciones audiovisuales (estudió en la FUC y es segundo de cámara), cuando se enteró que se iba a filmar la serie del Eternauta, me comentó: y sí, me encantaría que me llamen. En los trabajadores de cine esta serie era muy esperada. Luego se enteró que los equipos ya habían sido convocados. Y un día, de la nada, lo llaman para un reemplazo. Nadie sabía (ni sabe) de su historia. Pero en casa celebramos cuando pasa en la vida, ese “lo pedís, lo tenés” que alivia un poco el alma.

Así que hay motivos para tener un medido entusiasmo en eso de “nadie se salva solo” del que hoy día se apropian tantos líderes políticos que van desde el centro hacia la izquierda. Considero -a riesgo de pinchar el globo- que es imprescindible para todos, no pasar por alto una frase anterior a esa, en el mismo prólogo escrito por Oesterheld. Allí, Héctor (perdón la confianza, maestro, pero tenemos prácticamente la misma edad) expresa que, en El Eternauta (y en la postura total de Oesterheld, diría) no hay un héroe central. El escribe, seis líneas más arriba de la frase más famosa: “Ahora que lo pienso, se me ocurre que quizá por esta falta de héroe central, El Eternauta es una de mis historias que recuerdo con más placer”. Y después sí, dice: “el único héroe válido es el héroe en grupo”. Nadie se salva solo. La decisión de ser un héroe en grupo, de formar parte de algo superador de uno mismo, es una decisión individual. La decisión de ser “en grupo” fue individual de Salvo primero, de Favalli después, de cada uno de los que entendieron que ser en grupo era la decisión que había que tomar. Fue la decisión en Oesterheld de un hecho superador de su profesión de guionista y pensador, para unirse a algo más grande. En esa lógica se inscribe que el autor se sintiera especialmente a gusto con la creación de un héroe que es/son  todos/as, porque el héroe, en definitiva, es el pueblo en una amalgama perfecta entre sí, donde el protagonista a veces es uno y a veces otros, según la necesidad de la historia y de la narración. Tanto incluye que hasta él mismo tenía que estar presente. La salida colectiva era la única esperanza  en un mundo que estaba lleno de ataques y enemigos.  Aunque esa decisión individual de ser un héroe colectivo llevara más responsabilidad y compromiso que el camino individual solamente. Hoy, esta frase de nadie se salva solo debería calar hondo en quienes creen, erróneamente a mi parecer, que el asunto ya lo tienen masticado. Dirigentes, políticos, líderes que van desde el centro hacia la izquierda. Hay muchos que todavía juegan al “toma y daca”, escudándose en formas de la política que van quedando viejas cada vez más rápido. Pero que todavía les sirve, a veces, para mantener el kiosquito. En mi opinión, ya no hay más margen para cagadas, muchaches. ¿No les bastó con la llegada de Milei? Piensen, aunque sea a la noche cuando apoyan la cabeza en una almohada seguramente limpia y perfumada, tan lejos de las condiciones infrahumanas en las que “el viejo” (no) durmió sus últimos días, piensen, digo, si esa idea del héroe colectivo que es tal -volvamos a repetir- por una decisión individual de tener la entereza de serlo, no los interpela aunque sea un poco. 




     La vez que mi padre, o sea Roberto Carri, el sociólogo fundador de las cátedras nacionales, el escritor, el periodista, el futuro desaparecido, entró entusiasmadísimo a casa, un día no preciso de 1976, con El Eternauta bajo el brazo, fue el último día que se encontraron en libertad.

Hubo, ya en cautiverio, al menos otras dos tandas de encuentros.  Siempre en Sheraton. Una fue en junio/julio de 1977, según da cuenta quien era entonces muy jovencita, luego sobreviviente y años más tarde prestigiosa fotógrafa, Paula Ogando. La última vez de la tanda, según pudimos reconstruir muchos años después, fue una noche a mediados  de octubre del mismo año, cuando Oesterheld fue trasladado desde el campo de concentración Vesubio al centro clandestino de detención Sheraton, donde estaban secuestrados, desde el 24 de febrero de 1977, mi padre y mi madre, Ana María Caruso. Al Sheraton le decían así por la relevancia de las personas que tenían cautivas en el lugar. El historietista había sido secuestrado el 1ro de abril de 1977 y fue llevado a ese centro luego de haber estado en el Vesubio. Permaneció en Sheraton hasta fines de diciembre de 1977, con traslados esporádicos que seguramente tenían que ver con las torturas extorsivas a que era sometido para que brindara información sobre sus hijas. Todo esto se supo a partir de testimonios e investigaciones judiciales que se fueron desarrollando a lo largo de los años. Y que, con el correr del tiempo, derivaron en la condena de los involucrados con sentencias condenatorias que  marcan como agravante, en el caso de mis padres, el hecho de haber sido perseguidos políticos. 

     Cuando Oesterheld  fue llevado al (centro clandestino de detención) Sheraton, junto a él trasladaron a una niña de apenas 12 años que, escuchen bien, también había sido secuestrada. Sola. A su madre la habían matado en el operativo. Cuenta que (Oesterheld) “llega conmigo desde Vesubio, pero parecía que ya lo conocían de antes”. Sí, mamá y papá, seguro.

     La niña secuestrada posteriormente  (a fines de noviembre de 1977) fue liberada y declaró muchos años después en el juicio correspondiente. Al resto que estuvieron con ella los mataron a todos. Mientras que permaneció en Sheraton, donde ella fue llevada  después de haber permanecido aproximadamente cinco semanas en Vesubio, por la mañana en el centro clandestino estudiaba. Tres de sus compañeros de cautiverio le daban clases: de Geografía, Historia, Lengua, Matemática, Inglés.  Mi madre era profesora egresada de Filosofía y Letras y recuerdo que siempre estaba muy atenta a los programas de estudio. "Los Carri enseguida asumieron la responsabilidad de su estudio. Improvisaron una suerte de escuela con horarios: por la mañana le enseñaban las materias fundamentales como Lengua, Matemática y Ciencias Sociales, y por la tarde, Héctor la ayudaba a hacer la tarea y a repasar", cuentan en el libro Los Oesterheld. 

     La niña hoy adulta misma me contó que, cuando se reintegró al colegio, ya en libertad, la adelantaron un año porque se sabía todos los contenidos.

     La memoria es como un rompecabezas. Cuando falta una ficha no puede ser reemplazada por otra. A veces las fichas están todas y se completa. Este no es el caso. Y faltan fichas en esos años de terror. ¿Dónde están las historietas (supuestamente sobre próceres de la patria) que, dice mi madre, Oesterheld escribía estando secuestrado? ¿Dónde está su autor? ¿Dónde los nietos? Hubo además fuerzas represivas que nunca fueron identificadas y restos mortales que siguen sin aparecer. Los de Héctor, los de Roberto, los de Ana. Los de otros.

     Mi madre nos contó en una de las cartas (increíblemente, los captores les permitieron enviar algunas estando en cautiverio): “el pobre viejo se pasa el día escribiendo historietas que hasta ahora nadie tiene intenciones de publicarle”. Obviamente, le respondo en su ausencia y con años de delay. Y antes: “Ahora está con nosotros “El viejo” que es el autor de “El Eternauta” y el “sargento Kirk”, se acuerdan?”

Sí, mamá. Me acuerdo. NOS ACORDAMOS.




7 sept 2022

La Incitación al Odio

 



 Una mirada empírica.
     En estos días aciagos del intento de magnicidio a nuestra Vicepresidenta, se ha dicho mucho. Entre tanto, he escuchado a algunos/as comunicadores decir que las redes son algo a lo que no hay que prestar tanta atención, que son un “género menor”, que son virtuales, que lo que sucede “queda ahí”. Una repetición de hechos de odio incitados desde Internet  parecen contradecir esa postura. La incitación al odio efectuada de forma sistemática se produce contra un grupo o una persona que es discriminada por determinadas condiciones: condición social, características físicas, identidad de género, sexo, ideología, posición política y/o sindical, posición económica, xenofobia, entre otros.
     Las redes sociales son una señal totalmente eficaz para determinar cuándo un discurso va “haciendo mella” en las sociedades. En la calle, en las familias, en los trabajos, en las escuelas. Si Internet, esa bella herramienta que -dicen- iguala las voces ante las audiencias, da las primeras alarmas de discursos de incitación al odio, Twitter suele dar la primeras señales de esa amplificación que, más temprano que tarde, llegará. Porque Twitter es la inmediatez por excelencia.  
     La discriminación en Internet no queda fuera del ámbito de convivencia humana, no queda en un limbo de la virtualidad, porque sus consecuencias son reales. E involucran a personas. Hay, sí, una retroalimentación entre lo virtual y lo offline en cuanto a circulación de contenidos. Hay que considerar, además, que Internet tiene como agravante una característica muy particular. Por una parte, la inmediatez y la velocidad de propagación son inherentes a su esencia; por otra, los contenidos que allí se plasman son de difícil eliminación.  Entonces, Internet se manifiesta de naturaleza dual, es simultáneamente muy rápida y muy lenta. Y a medida que pasa el tiempo, la tarea de desactivación de contenidos resulta cada vez más improbable. 

     Fui usuaria asidua de redes sociales. Me logueé en Twitter en 2007. Con el tiempo, estuve  en el listado de usuarios “recomendados” por la red, algo que existía en esa época. Luego, entrado el 2010, hablar allí me empezó a gustar cada vez menos. El discurso público, la tarima, la pontificación me abrumaba. Tal vez porque ya estaba recibiendo, analizando y gestionando discurso de incitación al odio en mi puesto especializado en el tema desde la administración pública. Páginas de Facebook, usuarios de Twitter, acompañadas de muchas plataformas menos conocidas eran objeto de reclamos por parte de usuarios y usuarias desolados. Era 2011 y crecían los incidentes que eran denunciados ante el organismo, sucedidos en plataformas con publicación de contenidos de usuarios (blogs, redes, sitios web). No era fácil y sí urgente encontrar la forma de dar una respuesta a esas víctimas. Pero las redes sociales “no atendían el teléfono” y derivaban, previa denuncia formal,  el asunto a sus estudios de abogados locales. Entonces al diseñar el espacio, les propuse a INADI (qué ingratas son las sociedades…un lugar que debería ser un think tank. Si no hubiera sido por el INADI la ley de matrimonio igualitario y todas las ampliaciones de derechos que vinieron después no hubieran sido posibles) “sentar” a la mesa de diálogo a las principales redes sociales y compañías con plataformas con publicación de contenidos de usuarios. Eran parte del problema, debían contribuir a la solución. Sobre todo para poder realizar gestiones de buenos oficios que evitaran solamente el abordaje de reclamos legales que se veían complicados debido a su legislación en otros países (un abogado lo podría explicar mejor que yo). Llas opiniones en contrario, incluso de especialistas, no eran pocas.
Igualmente el proyecto se apoyó en tres vértices: agentes sociales (ongs, programas de estudios del tema, bloggers) que brindaran consenso sobre la necesidad de dar respuesta a la problemática, la voz de INADI como organismo especializado (sin poder sancionatorio) y las redes sociales (a las cuales ya conocía por mis años previos en la tarea periodística especializada en la temática).
     La Plataforma fue mi ocupación exclusiva y directa durante siete años. Tenía un canal abierto con las redes, consensuaba con mis pares y jefes (había algunes que aún creían que Internet era un espacio de libertad absoluta ubicado en al estratósfera), creación de materiales preventivos y concientizadores y junto, con Nadiha Molina, recepcionaba cientos de mail de personas discriminadas, hostigadas, desesperadas. Y por supuesto, siempre con abogadas/dos/es asesorando. En promedio la eficacia en la gestión (directa o indirecta a través de derivación a organismos pertinentes) rondaba el 70%. El trabajo fue silencioso, enorme en su caudal y balsámico para muchas víctimas agradecidas por devolverles lo que era nuestra obligación estatal: brindar recursos que garanticen el ejercicio de derechos en el ámbito de Internet. 
     Cuento estos procesos para que se entienda que es imprescindible concientizar acerca de diferentes casos de violencia discriminatoria producidos en la web a través de conductas que tienen un correlato en la realidad y que provocan consecuencias reales y siempre negativas en la vida de las víctimas de estos delitos.  La Argentina cuenta con legislación que penaliza los actos discriminatorios. La Ley 23.592 los define como aquellos actos en los que arbitrariamente se impide obstruye, restringe o se menoscaba de algún modo el pleno ejercicio sobre bases igualitarias de los derechos y garantías fundamentales reconocidos en la Constitución Nacional.
   Al hablar de discriminación y de incitación al odio, hay que considerar que existe una línea delgada, muchas veces finísima, entre la libertad de expresión y la discriminación. Por eso el tema debería tratarse con una precisión casi quirúrgica. Pero por más finos que sean, los límites están. Hay una ley antidiscriminatoria y hay otras normas que protegen derechos. Internet (por si algún trasnochado aún no se percató)  no es un espacio de libertad absoluta. Como todos los ámbitos de las sociedades, se rige -o debería regirse- por normas.

  Existe una resolución ideal una vez que la situación se ha producido. Ante este tipo de hechos lo más transformador para las sociedades y las personas es  cuando los propios usuarios y usuarios revierten un hashtag discriminatorio, sin necesidad de intervención de la red. Tal fue el caso del hashtag global #GaysNoMerecenMedallas (también fue trending topic en Argentina) que nació como discriminatorio y usuarios y usuarias de la red señalaron esta condición y brindaron innumerables mensajes de apoyo a los grupos vulnerados, transformándolo en una bandera en pos de la inclusión y diversidad. Sin necesidad de enviar el hashtag a Blacklist. En ese entonces Patricia Cartes, Directora Global de Seguridad y Confianza de Twitter, con quien analizamos el tema, expresó públicamente que “Tras analizar la etiqueta hemos decidido no tomar acción. El motivo principal es que la gran mayoría de contenido es positivo y en apoyo a la comunidad LGBT. Para nosotros es muy importante que haya contenido en la plataforma de contra discurso. Cuando hay etiquetas negativas, es común ver en Twitter a la comunidad reaccionado en contra de la ideología tras las etiquetas y compartiendo contra narrativas. Otro buen ejemplo es #stopislam.”

     Estas experiencias mencionadas arriba no me las contaron, trabajé en ellas en forma directa. La Plataforma de INADI se había lanzado en noviembre de 2010, con la presencia de bloggers, instituciones vinculadas a la tecnología, periodistas y ejecutivos de las redes. El representante de Google en el evento, expresó: “somos respetuosos de la Plataforma”. El cuanto al diálogo con las redes, podía parecer algo ingenuo eso de involucrar a quienes supuestamente hacían caso omiso a lo que empezaba a suceder en sus plataformas con relación a los discursos de incitación al odio. Pero la presión en cuanto al pedido de respuestas por parte de voces especializadas derivó en, por ejemplo, habilitar por parte de Google un link para facilitar la gestión de contenidos para casos de difusión no consentida de imágenes o video íntimos. Como dijo una gran estadista, “donde hay una necesidad nace un derecho”. He recibido casos en los que había cientos de este tipo de links al “googlear” a una persona. Imáginen por un momento la angustia de esa víctima. Imaginen un/una/une joven que concurre a la facultad y al socializar lo buscan redes para continuar en contacto. Porque los/las jóvenes hoy muchas veces ni se piden el teléfono, se “agregan” en redes. Imaginen si, entonces, les aparece esa “chorrera” de links de sitios pornográficos. Imaginen las diferentes discriminaciones que muchas veces eso acarreó.

     Cuando una persona está siendo víctima de incitación al odio, lo único que quiere es que esa situación se detenga. Muchas veces, por el contrario, escala. Lo que me pedían todas las veces, sobre todo en contenidos discriminatorios y estigmatizantes, era: “quiten esos contenidos de allí”. La víctima, lógicamente, no quiere ver esos contenidos discriminatorios reproducidos y generalmente magnificados. Esos contenidos que la dañan, que vulneran sus derechos. En esos casos el odio no hace diferencia: la víctima tanto puede ser una empresaria poderosa, un adolescente que solo cuenta con un celular, un líder de derecha, una política avezada. O un periodista sobre el que apuestan si podrá aparecer  “tirado en una zanja”. 

     Cuando alguien es víctima de discriminación en Internet y, como consecuencia de ello, se le aparta de ese espacio, se le cercena en su participación y se la limita en sus libertades. Por eso mantener una Internet sin violencia discriminatoria, sin incitación al odio, es ampliar las libertades para todo el mundo. A veces esos ataques se mantienen durante mucho tiempo, escalando cada vez más. A veces de forma no tan perceptible. En el caso de nuestra Vicepresidenta, el primer ataque que recibió en redes que yo recuerde fue en el año 2007, cuando publicaron una foto suya sin maquillaje y fue víctima de estigmatizaciones y burlas con tono discriminatorio. En ese momento escribí un post sobre ello, creo está subido todavía. Y ya entonces, Twitter aparecía como la plataforma preferida para hacer blanco en un objetivo.

     Hagamos entonces un poco de memoria acerca de esta red. La aparición de Twitter, en marzo de 2006, agilizó y amplificó la difusión de mensajes, que por entonces no tenían características violentas sino que más bien se inclinaban por los temas de innovación tecnológica y de cualquier hecho inmediato que se considerara destacable.  Entre los aspectos positivos de la masificación de Twitter, se cuenta el activismo digital de la Primavera Árabe, como en las protestas de Irán en 2009 y en los sucesos en Egipto en 2011.  Fue en 2008 cuando la plataforma tuvo un salto en su crecimiento, entre febrero de 2008 y febrero de 2009 la cantidad de usuarios únicos aumentó el 1.382%. Sí, leyó bien, mil trescientos ochenta y dos por ciento en un año. Fue  la red social que más rápidamente hubo crecido. En el camino recorrido por Twitter, hubo mejoras de sistema y de apariencia que se reflejaron en su crecimiento y masificación. Los cambios también aparecieron con respecto al servicio. No olvidemos que, para muchos usuarios – e incluso algunos especialistas - Twitter era en sus comienzos, un “espacio de libertad absoluta”, un laissez faire de las redes sociales. Poco a poco fueron perfeccionando sus términos y condiciones.
     Sin embargo, a la par de sus aspectos innovadores, la red de microblogging se estaba convirtiendo en un espacio donde acosadores, discriminadores y trolls constituían una amenaza seria no sólo para los usuarios sino para la propia red. 
En Twitter no estaban ajenos a la problemática ¿Qué notaron?  Que el problema perjudicaba los intereses de la empresa. Lo expuso muy bien más adelante en el tiempo su Director Ejecutivo, Dick Costolo: Twitter “pierde un usuario clave tras otro por no afrontar los simples problemas de acoso a los que se enfrentan cada día”.
     Como resultado de esta preocupación, sumado a sus intenciones de compromiso contra el discurso de odio y a favor de las diversidades, fueron presentadas en 2012 las Condiciones de uso y Reglas de Twitter, que eran completas y contenían precisiones sobre qué permitirían y qué no, también sobre cómo denunciar y fundamentalmente, sobre un canal claro para denunciar en la propia red. A partir de entonces, reportar contenidos inapropiados fue tan simple como situar el mouse sobre los tres puntitos que aparecían debajo de cada tweet y seguir los pasos indicados. La respuesta, sin embargo, al igual que en otras redes, no suele ser lo veloz que las situaciones ameritan. 

     Las principales redes sociales y plataformas con publicación de contenidos de usuarios han ido perfeccionando con los años sus condiciones de uso para tratar de contrarrestar los discursos abusivos. Pero la batalla parece aún lejos de terminar. Por otra parte, opino que a esta altura la pelota no debería estar casi siempre del lado de las compañías. Tenemos leyes al respecto (nuevamente, un abogado lo podría explicar más certeramente) la antidiscriminatoria, la de grooming, el nuevo Código Penal, la de imágenes. Los Estados tienen entonces el derecho y -por qué no- la obligación de ser parte de esa transformación para poder garantizar los derechos de la ciudadanía.

  


6 nov 2021

Miscelánea digital

     



     Algunos titulares de mi recopilación de noticias: “repudiable comentario contra un profesor sordo de parte de una directora de Discapacidad”; “el acoso político afecta más a las mujeres”; “Facebook y YouTube eliminan menos discursos de odio que antes”; “de cada 6.000 denuncias por extorsión, sólo 3 llegan a juicio en Ecuador”; “en el 70% de las fotos subidas a Instagram, la gente sale sola”; “Facebook desarrolla un sistema de inteligencia artificial para recordar todo lo que haces”; el sharenting puede provocar desde problemas psicológicos a acoso cibernético; “Thierry Henry cierra sus redes sociales”; la Convención Constitucional chilena “salta la tapa” del Odiómetro que mide picos de discursos de odio en línea en tiempo real; el abuso racista y el acoso en línea provocan el “apagón” de tres días de ligas de fútbol europeas y organizaciones deportivas; “Facebook tardó en contrarrestar desinformación sobre el COVID”. Y así, una lista enorme. Las palabras se repiten en la recopilación de información: racismo, abuso, religión, hostigamiento, orientación sexual, discriminación, ciberbullying, daños, físico, Facebook, Facebook, Twitter, ocasionalmente va asomando Tik Tok… Otro ítem recopilado dice: “Comisión europea+redes sociales”. Hay que estar atentos ahí, ¡se abre una luz de esperanza! Margrethe Vestager, Comisaria de Competencia europea, dijo que regular Facebook podría “durar años” y que hay que “actuar ya” para evitar que cause más daños. Veremos qué pasa. Otras señales para ser optimista: #MeToo, #BlackLivesMatter.

     Debido al libro interminable que estoy escribiendo sobre mi paso por la Plataforma antidiscriminación en el Estado argentino, voy recopilando un montón de información sobre casos y circunstancias del discurso de odio en distintas partes del mundo. Me pareció buena idea compartirles en el párrafo anterior, algunos de esos titulares. Hay también varios casos similares a los que me tocó gestionar en el pasado, cuando recibíamos en la plataforma 1000 denuncias al año y se gestionaban positivamente entre un 70 y un 80%.

     Algunos que hablan de las miserias humanas… de delitos … de discriminaciones basadas en razones sancionadas por la ley antidiscriminatoria...o que vociferan los discursos de odio recibidos…hablan de usuarios/as con angustia y sin saber qué hacer. Pero todos ellos tienen un denominador común. Esas informaciones, al igual que esa realidad que he gestionado durante 7 años de tarea, dicen que si se sigue así, esto no puede sino empeorar. 

     En el medio de la realidad planteada arriba, en ese vendaval que traen las redes sociales, tropiezan y/o caen a su paso también otros/as. Con comportamientos discriminatorios y altos cargos. Muchos caen por, ni más ni menos, no ser inclusivos o empáticos en un mundo que es cada vez más diverso. Por no haberse interesado en incorporar los nuevos paradigmas sociales y culturales. Así, vemos marcas de primera línea que se devalúan a sí mismas por posturas discriminatorias; otras que sufren boicot por idénticas razones; embajadores eyectados de su cargo por parodias estigmatizantes en Tik Tok, mandatarios/as que se desbocan con discursos  ofensivos, desconociendo tradiciones, culturas, orígenes, elecciones personales; miembros del Congreso de diferentes naciones, empresarios/as, periodistas, todos/as señalados por casos de discriminación u abusos que las redes por un lado impulsan con su falta de sanción y por otro amplifican y ponen en primer plano. En Trending Topic, en #hashtag. En el entrevero cada vez mayor que componen los ámbitos online y offline. En ambos planos, ¿hace falta decir que no pueden discriminar, ni avalar discriminaciones, en sus intervenciones o discursos? ¿No ven al menos lo caro que les sale luego?  Todo eso se evita con una capacitación para quienes tienen exposición pública en representación de marcas, organizaciones, etc. De las veces que me han llamado para entrenamientos, nunca me han dicho que no les ha sido útil. Al contrario, mi conocimiento ha sido para sus voceros/as como agua en el desierto. Simplemente porque es necesario saber vivir en un mundo diverso.

     Al hablar de mundo diverso se entiende que, lógicamente, en todos los ámbitos existen personas que son diversas en cuanto a sus características: geográficas o de nacionalidad, corporales, sexo, género, cultura, identidad de género, religión o creencias, edad, discapacidad, condición social, económica, formación. Esas diferencias son parte de la diversidad de las sociedades. Entonces se entiende por diversidad a lo que nos ditingue como personas y nos hace únicos, en términos de género, etnica, orientación sexual, edad, experiencias, expresión de género, estilos de pensamiento y de presentación, entre otros. Pero esa diversidad no implica un trato desigual. Al contrario, la igualdad se reafirma en la diversidad. 

     Ese camino de igualdad en la diversidad que cuesta alcanzar en las sociedades, también se dificulta en Internet.  Si bien hay algunos indicios de que la concientización sobre un trato libre de discriminación aparentemente ha mejorado. Por ejemplo, una encuesta de Unicef de 2020, indica que 9 de cada 10 adolescentes y adultos sostienen que la seguridad en Internet debe enseñarse a todos los chicos y chicas de Argentina.  La mitad de ellos han sufrido algún tipo de hostigamiento o maltrato en redes. A su vez,  las condiciones de uso de las redes han ido evolucionando -pero siempre algunos pasos más atrás de los que imponen las circunstancias-. Mientras,  la violencia en línea sigue aumentando. Y las consecuencias, produciéndose. 

     En el medio entre esa utopía inicial de Internet como espacio de libertad absoluta y este panorama sombrío donde hasta el más optimista sostiene que alguna medida habrá que tomar, se produjo una evolución. Que no bastó. Ese concepto del “vale todo” era defendido por no pocos influencers y especialistas. Cuando creamos la Plataforma, ya tenía la postura que impulsaba algún tipo de defensa ante los ataques. Vale destacar que entonces, hace apenas diez años, Twitter prácticamente no tenía condiciones de uso. Cuando tuve la primera reunión con el VP de la compañía, allá por Abril de 2013, pude manifestarle el panorama que estaba percibiendo en base a los reclamos recibidos y que dio paso a una interacción ante casos de discriminación en Internet, para dar respuesta a los usuarios que nos enviaban reclamos.  

     Hasta entonces, las condiciones de uso de 2009 y las siguientes de 2012, estaban más que nada basadas en derechos y en las adaptaciones necesarias para hacer fluir el mercado publicitario con el que aspiraban monetizar. Pero prácticamente era casi imposible efectuar un reclamo y obtener una respuesta ágil. No estaban enfocados en ello. Vale recordar además que en 2008 fue cuando la plataforma tuvo un salto en su crecimiento. Entre febrero de 2008 y febrero de 2009 la cantidad de usuarios únicos aumentó el 1.382%, siendo la red social que más rápidamente había crecido. Dio también el salto masivo a la web y app. Antes, en 2007, cuando me di de alta en la red, ¡era habitual enviar los twitts vía SMS! En 2007, la mensajería de texto alcanzó un uso del 74% de la telefonía mundial. Nos reuníamos los Twitteros en bares en los que entrábamos cómodamente. Yo estaba en los “recomendados” que promocionaba Twitter en español. Con la masificación y paralelamente, con mi tarea de prevención, cerré la cuenta.  

     No sólo Twitter evolucionó. La masificación de Internet en general y de las redes en particular hizo que comenzaran a evaluarse algunas pautas de uso hacia los usuarios. Ciertas condiciones de esos años suenan ahora hasta candorosas en vistas de lo que vino después. Decían las “nuevas” condiciones de Twitter:  un usuario será considerado spam si utiliza el contenido de otro usuario sin atribuírselo. Y también: será considerado spam por el sólo hecho de ser bloqueado por muchos usuarios. Hay que decir, sin embargo, que al menos en las de 2012 ya se hablaba de cómo enfrentar a situaciones de abuso. No fue hasta agosto de 2013 que Twitter anunciara la posibilidad de un botón de denuncias para casos de abusos y hostigamientos. “Pido disculpas personalmente a las mujeres que han sufrido abusos en Twitter, por todo lo que han tenido que pasar. El abuso que han recibido no es aceptable en el mundo real, y no es aceptable en Twitter”,  dijo entonces Tony Wang, gerente general de Twitter en Reino Unido, mediante su cuenta en la red. Allí una activista había recibido en la red enorme cantidad de mensajes misóginos y violentos, debido a una iniciativa por la igualdad de género que había lanzado. Ello motivó la acción en congresistas y demás mujeres con influencia online y offline. Entonces, el tema saltó a los medios. Una vez más, la acción comunitaria cuesta pero sirve. 

     Pero lamentablemente, no pasa lo mismo en cuanto a responsabilidad con una parte del periodismo argentino. La acción comunitaria queda en soledad en las redes ante ciertos  comunicadores “estrella” que prefieren revolcarse en el barro porque les da más seguidores y les infla el ego. Somos todos grandes como para indicar qué hacer, pero da vergüenza ajena a veces verlos/as entrar al ring en lo que entienden como un juego de agresión. Tal vez esperan dar el KO, amparados en que son el cuarto poder. Pero lo único que dejan claro es la falta de ingenio para brindar una respuesta efectiva que, en todo caso, invalide ese maltrato. Y logrando más agresiones futuras que vendrán por parte de esos seguidores discriminadores y ahora también envalentonados. Mejor guardar prueba, reportar y bloquear. ¡El periodismo podría hacer tanto para difundir cuando las redes no gestionan esos contenidos! ¿Es que les da más seguidores -y visibilidad- la pelea? Ok. Pero después no digan que les importa el bien común. Y menos que las redes son cloaca, etc. etc. Tengo también otra mala noticia: a la corta puede que les resulte mejor, pero a la larga no comprometerse con un mundo diverso, los devaluará como profesionales y como personas. Si no me creen pregúntenle a la cantidad de periodistas cancelados, a las empresas. A Starbucks cuando tuvo que cerrar durante un día 8000 locales para brindar capacitación ante un acto de racismo, en 2018. O a Zara cuando le hicieron boicot, luego del intercambio en Instagram de una diseñadora de la firma, con contenido discriminatorio por motivos religiosos y por racismo, este año. Y así, la lista es larga. Y costosa. 

     Hay mucho por hacer en pos de la igualdad en el trato online y offline y podría seguir analizando otras evoluciones y defectos en relación a esto en las redes de la última década, pero apuntaba a escribir apenas una miscelánea y ya se me está yendo de las manos. Es que para alguien como yo que ha visto en carne propia  y estudiado en profundidad los avances y retrocesos de las redes en relación a los derechos humanos de sus usuarios, es un poco desesperante que aún no hayamos solucionado la pregunta de cómo hacer de las redes un espacio sin peligros extremos y donde no resulte tan gratuito agredir. Sé que muchos/as especialistas retroceden en su postura de limitar expresiones discriminatorias, cuando los paladines de la utopía de la libertad absoluta mencionan la palabra censura o el término libertad de expresión. Pero ciertos delitos no tienen que ver con ello. Es como decir: “ahh están coartando mi libertad de acción, no me dejan asesinar a alguien”. Por supuesto que no, ubíquese.

     ¿Hay urgencia para mejora la situación de la discriminación y abusos en Internet? Sí. La compleja solución  para mejorarla es una decisión de los Estados al respecto. España tuvo su “carta de derechos” digitales en 2018, Alemania estuvo en la avanzada contra el discurso de odio digital. Hubo regulaciones en multas en Francia, Gran Bretaña. México está debatiendo el tema. En Argentina hubo un intento con la actualización de la llamada ley antidiscriminatoria. En su momento impulsado por Andrés Larroque. Y de paso que se adentran en los derechos de los usuarios, podría observarse con detalle el comportamiento de las redes en relación a los intereses políticos y económicos a los que apuestan. ¿O no bastó con lo de Cambridge Analytica? Difícil ser optimista hoy en relación a la manipulación de información cuando hasta algunas de las compañías que se dedican a constatar la veracidad de informaciones y detectar intereses, son tendenciosas. Tienen intereses allí mismo donde van a chequear. Estamos al horno, dirían en el barrio.

     Pero todo tiene solución menos la muerte, decía mi abuela. Supongamos. En este caso, como para todo problema que se precie, rara vez la solución tiene un solo componente. Para este es necesaria, además de la decisión de los Estados, la acción -¿presión?- por parte de los usuarios. Reclamar celeridad en los mecanismos de denuncia, dejar de seguir, silenciar a quien sea ante abusos y violencia, actuar en conjunto. Apelar a esa Internet colaborativa que supo ser en un principio.

     Alcanzar una mejora en las cloacas que habitan en las redes puede llevar mucho tiempo. Y puede que ahora haya impunidad para los que no entiendan o no quieran ver la igualdad en la diversidad hacia la que se encamina el mundo, pero algún día llegará. Ojalá los gobiernos estén en esa avanzada. Mientras, nos queda tomar acción ante cada discurso de odio en línea. Empatizar con quien está siendo vulnerado en sus derechos. Porque ese/a joven que no puede manifestar su identidad de género en Internet, quien recibe fotos trucadas con contenido erótico, quien es acosada/o y teme por ello moverse libremente ya no en las redes sino también en el mundo tangible, esos somos todos/as/es, porque puede ser cualquiera. Parafraseando a esa canción que escuchábamos cuando adolescentes los de mi generación, esta vez el diario no sí hablaba de ti. Y de mí. 






21 sept 2020

El patio de la discriminación

La pretensión de querer que 6500 chicos/as que no tienen medios electrónicos para poder proseguir sus estudios en la Ciudad de Buenos Aires, concurran a las escuelas para obtener esos saberes, es discriminatorio. Obviamente que la principal razón es la sanitaria. Estamos de acuerdo en que es un riesgo salir, viajar hasta la escuela, concurrir a otro lugar que no es la casa, juntarse con otros/as chicos/as. Por eso no hay clase. ¿Por qué habrían, entonces, de hacerlo ellos/as? ¿Por pobres, por una baja condición social, porque están a cargo de adultos responsables que no han podido llegar a proporcionarles los beneficios que muchos privilegiados tienen? Ahí aparece la discriminación: andá a la escuela por pobre y corré el riesgo de contagiarte. O corré esos riesgos que los otros/as, quienes tienen computadora o celular con paquete de datos, no van a padecer. Se necesitan iguales condiciones para todos/as. Es rol del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, la más rica del país, el proveerles lo necesario para su posibilidad de estudiar mientras dure la pandemia. Dice el documento Hacia un Plan Nacional contra la Discriminación en Argentina, Boletín Oficial, 2005 que es una práctica discriminatoria: “Establecer cualquier distinción legal, económica, laboral, de libertad de movimiento o acceso a determinados ámbitos o en la prestación de servicios sanitarios y/o educativos a un miembro de un grupo humano del tipo que fuere, con el efecto o propósito de impedir o anular el reconocimiento, goce o ejercicio de los derechos humanos o libertades fundamentales.” Por su parte, el cuadernillo de INADI Somos Iguales y Diferentes da cuenta que: “Discriminar es arbitrariamente impedir, obstruir, restringir o menoscabar el pleno ejercicio de los derechos y garantías de ciertos sectores sociales de la población utilizando como pretexto su género, etnia, creencias religiosas o políticas, nacionalidad, situación social o económica, elección sexual, edad, capacidades o caracteres físicos, etc.” Es tarea del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, mediante asistentes sociales o con los medios que se requieran, dar una respuesta que resulte igualitaria para toda la población educativa. Entiendo que el Ministerio de Educación de la Nación dijo que las compus están. Falta que Educación de la Ciudad aporte los datos y la logística para equiparar con medios y asistencia a esa niñez que está esperando proseguir sus estudios en sus hogares. Sin ser discriminados/as. Porque mal que les pese, ese también es un derecho adquirido.

18 sept 2020

Las redes sociales y la regulación

Internet es libre. Y es así porque previa a toda discusión sobre si corresponde que lo sea, quienes tienen la sartén por el mango, o sea las propias redes sociales, así lo disponen. Teóricamente. En realidad es una falacia. Pero bueno, supongamos.

Ese espacio de libertad absoluta que se pretende es internet debería, al menos en los países que así lo pidan, adecuarse a sus leyes nacionales y adhesión a tratados internacionales que seguramente una abogada/o/e podría explicar mejor. Ya ha sucedido en otros países. Entonces el tema no es regular, eso no está bien planteado. El tema es respetar al país que le está dando acogida a la red. Argentina tiene unas leyes inclusivas que son motivo de orgullo, cuya piedra basal fue la Ley 23.592, conocida como ley antidiscriminatoria (que obviamente podría actualizarse para aggiornar orientación sexual e identidad de género, entre otros temas). Tenemos leyes ampliatorias de derechos que son maravillosas. Con lo que hay nos basta y sobra para empezar a desmotivar el discurso de odio. No hay que "regular internet", diputado/as, senadores/as. Hay que garantizar esas libertades.

Gestioné (con buenos resultados) por diez años la plataforma antidiscriminación en internet de Inadi, con gestiones que promediaron los mil casos al año. Me he metido en el barro. Y también conversé y acordé algunas veces sobre casos con los dueños de la sartén. Y he procurado la solución para víctimas que lo único que querían era que “saquen eso de ahí”: ese post, esas fotos, esos enlaces. Doloroso. Lo hemos logrado muchas veces. Y enviamos los casos al Ministerio Público Fiscal y a donde correspondiera, a través de los abogados/as/es del organismo siempre que fue necesario. El trabajo es de hormiga.

¿Cómo puede mejorarse? Con más presión de los Estados sobre las redes. No tenemos que regular nosotros, los Estados. Tienen que acatar ellos.
Lo enunciado arriba no tiene que ver con otro punto que se suele mezclar, que es el de las fake news y campañas de difamación orquestadas. Allí obviamente no hay un discurso de particulares, al menos no en su nacimiento. Allí las redes deben dar cuenta de otra manera, en algunos casos ya lo están haciendo. Incluso el “bombardeo” de avisos publicitarios está siendo puesto en duda. Por ejemplo, Twitter los prohibió en su plataforma en todo el mundo el año pasado.